¡Qué pequeña es la ventana desde la que nos asomamos al exterior! Seguramente ya estamos medio ciegos a propósito. ¿Nos compensa ejercitarnos cada día en dirigir la mirada donde señalan los dedos ajenos?.
Hay tanto que mirar fuera de ese punto oscuro inducido que nos angustia la vida sin descanso… Decidir por cuenta propia cómo sentirse en paz se está convirtiendoen un reto cotidiano. ¿Quién será capaz de no quedar salpicado por la negrura de los panoramas que nos cantan otros a modo de mantra budista?. Sufrir las desavenencias de “una realidad injusta» nos limita la visión de un presente distinto lleno de posibilidades sonoras.Desde un boquete oscuro con larga proyección de futuro nos asfixiamos y nos vemos sin fuerzas para darnos impulso y salir a la luz. ¿Qué necesitamos realmente? ¿Quién tiene valentía para generar esperanza? ¿Hay que mendigar palabras de ánimo para sentirse bien?
Nos hemos convertido en POBRES DE ESPÍRITU y la fortaleza no es el negro sino la gama de colores y tonos por los que elegimos filtrar la existencia.El color se ve cerrando los ojos, la esencia de las cosas no se puede tocar, lo que oímos no lo es lo que queremos escuchar, y….¡Qué caras son las sonrisas!. ¿Por qué recrearse en daños y elucubraciones siniestras? ¿Quién nos manda dar la espalda a todo lo bueno alrededor? ¿De verdad tenemos que vivir condenados al mantra negro?
Ya sabemos que los momentos difíciles están ahí; ya nos lo recuerdan por todas partes (¡es tan gozoso para algunos ser caballeros de la orden del sufrimiento de la realidad distorsionada!); ya algunos se encargan de taparnos lo extraordinario detrás de la cortina de sus propios miedos.